Diccionario del alma
Al principio, el Diccionario clínico del alma, de Jesús Ramírez Bermúdez, parece un libro inclasificable. ¿Estudio clínico o ensayo literario o filosófico? ¿Por qué? Porque se remite a una tipo de reflexión expuesta de manera narrativa que explora las diferentes experiencias de la percepción humana a través de los cinco sentidos.
Se trata de un ensayo sobre las enfermedades o los desarreglos del alma y podría inscribirse —si es que las catalogaciones tienen algún sentido— dentro de los que podríamos llamar neuronarrativa (relatos relacionados con el cerebro y sus enigmas) de la que han sido practicantes el inglés norteamericano Oliver Sacks y el mexicano Francisco González Crussí (que ejerce en Chicago) aunque este último no se especialice en asuntos del infinito e insondable cosmos cerebral.
La neuronarrativa es el nuevo género literario de nuestro tiempo.
No es lo que en el marketing de la industria farmacéutica suele denominarse “literatura médica” (un conjunto de folletos de propaganda farmacética) sino de una narrativa que tiene que ver con las experiencias de la percepción y que en ese sentido se emparenta con el quehacer literario propiamente dicho. Porque si alguna relación de hermandad existe entre la ciencia y el arte es la que se tiende entre la neurofisiología y la literatura. Ambas nos dan cuenta de los modos, los matices, los equívocos que comporta la percepción del mundo y que también ha cautivado a filósofos de la estirpe empirista, como el escocés David Hume.
Es fascinante la inquietud científica que nos depara nuestro tiempo. Somos los primitivos de una nueva era en la que, en cierto modo natural y no imposible de entender y asimilar, los escritores de cuestiones científicas llegan a tener decenas de miles de lectores. Estos autores —muchos de ellos dados a conocer en México por Luis Estrada y Carlos Chimal— responden a los nombre de Richard Dawkins, Stephen Jay Gould, Antonio Damasio, V. S. Ramachandran y otros.
En ese ámbito se mueven el pensamiento y la escritura de Jesús Ramírez Bermúdez que reconoce en los pacientes mismos (es jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía) la inspiración de su libro pues todo parte de los relatos, de las cosas que cuentan y el modo de verbalizarlas que tienen los enfermos.
Nadie mejor que el doctor Fernando González Crussi explica en el prólogo cómo en el Diccionario se justifica el uso de la palabra alma y no espíritu ni mente ni inconsciente. Hay detrás una larga historia de la locura y de las diferentes ideas que los hombres de han hecho de los trastornos físicos humanos. Y lo que antes se identificaba como pasión diabólica, aberraciones somáticas, obsesión erótica, histeria, tiricia, ahora puede muy bien denominarse “desarreglo molecular de agentes transmisores neuronales”.
Si se dice que el animal humano se diferencia de los otros animales porque es el único que tiene consciencia de su propia muerte, también se razona en este importante libro que la enfermedad mental acaso sea otros distinción: no la que refrenda la animalidad que nos es intrínsica, no una negación o una denigración de la naturaleza humana, sino la otra cara de la moneda: “la vertiente umbría de nuestra inalienable humanidad”. Tal vez la locura sea una prueba de nuestra humanidad más que de nuestra animalidad.
Se trata de un ensayo sobre las enfermedades o los desarreglos del alma y podría inscribirse —si es que las catalogaciones tienen algún sentido— dentro de los que podríamos llamar neuronarrativa (relatos relacionados con el cerebro y sus enigmas) de la que han sido practicantes el inglés norteamericano Oliver Sacks y el mexicano Francisco González Crussí (que ejerce en Chicago) aunque este último no se especialice en asuntos del infinito e insondable cosmos cerebral.
La neuronarrativa es el nuevo género literario de nuestro tiempo.
No es lo que en el marketing de la industria farmacéutica suele denominarse “literatura médica” (un conjunto de folletos de propaganda farmacética) sino de una narrativa que tiene que ver con las experiencias de la percepción y que en ese sentido se emparenta con el quehacer literario propiamente dicho. Porque si alguna relación de hermandad existe entre la ciencia y el arte es la que se tiende entre la neurofisiología y la literatura. Ambas nos dan cuenta de los modos, los matices, los equívocos que comporta la percepción del mundo y que también ha cautivado a filósofos de la estirpe empirista, como el escocés David Hume.
Es fascinante la inquietud científica que nos depara nuestro tiempo. Somos los primitivos de una nueva era en la que, en cierto modo natural y no imposible de entender y asimilar, los escritores de cuestiones científicas llegan a tener decenas de miles de lectores. Estos autores —muchos de ellos dados a conocer en México por Luis Estrada y Carlos Chimal— responden a los nombre de Richard Dawkins, Stephen Jay Gould, Antonio Damasio, V. S. Ramachandran y otros.
En ese ámbito se mueven el pensamiento y la escritura de Jesús Ramírez Bermúdez que reconoce en los pacientes mismos (es jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía) la inspiración de su libro pues todo parte de los relatos, de las cosas que cuentan y el modo de verbalizarlas que tienen los enfermos.
Nadie mejor que el doctor Fernando González Crussi explica en el prólogo cómo en el Diccionario se justifica el uso de la palabra alma y no espíritu ni mente ni inconsciente. Hay detrás una larga historia de la locura y de las diferentes ideas que los hombres de han hecho de los trastornos físicos humanos. Y lo que antes se identificaba como pasión diabólica, aberraciones somáticas, obsesión erótica, histeria, tiricia, ahora puede muy bien denominarse “desarreglo molecular de agentes transmisores neuronales”.
Si se dice que el animal humano se diferencia de los otros animales porque es el único que tiene consciencia de su propia muerte, también se razona en este importante libro que la enfermedad mental acaso sea otros distinción: no la que refrenda la animalidad que nos es intrínsica, no una negación o una denigración de la naturaleza humana, sino la otra cara de la moneda: “la vertiente umbría de nuestra inalienable humanidad”. Tal vez la locura sea una prueba de nuestra humanidad más que de nuestra animalidad.