Juan Rulfo y las llamas de los críticos
La ficción de la memoria
de Federico Campbell
Juan Rulfo ante la crítica
UNAM/Ediciones Era, México D.F., 2003, 552 pp.
por
Wilfrido H. Corral
El 18 de septiembre de 1953, hace casi exactamente cincuenta años de los días en que escribo esta nota, se terminaba de imprimir El llano en llamas, libro de relatos de Juan Rulfo. Desde entonces, la crítica en torno a ese mítico autor y sus no menos míticos y únicos libros (a los dos años publicaría Pedro Páramo) no ha cesado y un resultado positivo es que se puede leer a Rulfo como un autor nuevo, aunque estén los críticos de por medio y no siempre creamos en sus interpretaciones. Federico Campbell ha tenido que dar cuenta de ese aluvión, y no cabe duda de que su juiciosa y enciclopédica La ficción de la memoria. Juan Rulfo ante la crítica se convertirá en la proverbial referencia imprescindible. Dada la continua publicación de números de revistas, cuadernos y compilaciones sobre autores como Rulfo, la pregunta es por qué otra colección. Como muestra la selección de este volumen y el Prólogo de Campbell, el prosista mexicano es uno de los autores fundamentales de la literatura de Occidente, y cualquier intento de reducir sus contextos y. mensajes a una nación o sus culturas es infructuoso. El resultado de esos intentos, frecuentemente mundiales en origen o alcance, ha sido una constante búsqueda, no disimilar a las que encontramos en sus libros, unos de los primeros de la literatura hispanoamericana sin orillas de la segunda mitad del siglo pasado. En un sentido, ante la obra de Rulfo la crítica muestra que no parece tener nuevos adjetivos a mano.
No obstante, y con excelente criterio, Campbell, novelista a título propio, ha compilado lo más selecto en torno a su autor. Pero como con los silencios de Rulfo, hay una trama secreta detrás de las colecciones y homenajes sobre él, que sólo glosaré por razones que explico más adelante. El mismo Campbell, en una nota aparecida en la revista mexicana Proceso (marzo 1984), discute los pormenores que causaron que Rulfo desautorizara Para cuando yo me ausente
(1982), tomo que en su portada indicaba que "Juan Rulfo" era el compilador. Otro florilegio, Homenaje a Juan Rulfo (1989), en principio las actas de un homenaje al autor en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, contiene varias semblanzas importantes pero la selectividad no fue un criterio principal al componer el tomo. Desde el momento en que se publicó y por varios años La narrativa de Juan Rulfo. Interpretaciones críticas (1974), armada por Joseph Sommers, fue la referencia clásica y accesible, hasta que la desplazó Juan Rulfo. Homenaje nacional (1980). Rulfo muere en 1986, y ese año se publica Los murmullos: antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo, seguida por Juan Rulfo. Un mosaico crítico (1988). Hasta estas fechas y el tomo de Campbell, otro hito importante en las interpretaciones del autor es Toda la obra (1992), edición crítica coordinada por Claude Fell que incluye varios ensayos originales y es parte de la suntuosa y necesaria Colección Archivos. Las colecciones anteriores son el palimpsesto con que ha tenido que bregar Campbell, y sale airoso por también haber escogido sabiamente de todas ellas.
La historia secreta a que me refiero arriba es que, a pesar del gran respeto que Rulfo y su obra siempre merecen y exigen de los críticos, los de las generaciones actuales parecen verlo como uno de esos "viejos señores blancos" (y canónicos) que ya tuvo sus años de fama. Por supuesto, Campbell no es responsable de esa percepción, y no sólo porque la suple al incluir la crítica de autores más jóvenes como Jorge Volpi y Juan Villoro. Se trata, más bien, del momento crítico que lo rodea. Así, cuando muy bien se podría pensar en que algún pasajero intérprete postmoderno, aún con los vestigios de su técnica, haría algo con los admitidamente problemáticos Los cuadernos de Juan Rulfo (1994), con las "Otras letras" (incluidos los textos para cine) recogidas en Toda la obra, o con la ensayística de Rulfo, La ficción de la memoria tiene que recurrir a los ensayos clásicos y paradigmáticos sobre Rulfo. Pero diferente de otras colecciones, en ésta es particularmente enriquecedor encontrar la visión de autores y pares (con las salvedades del caso) de Rulfo, como Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, Salvador Elizondo, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, y Carlos Monsiváis. Tampoco faltan textos de Augusto Monterroso, Rafael Humberto Moreno-Durán, José Emilio Pacheco, Alfonso Reyes, Augusto Roa Bastos, y de Susan Sontag (en verdad su prefacio a la segunda traducción al inglés de Pedro Páramo).
La opinión de los nombrados aparece distribuida cronológicamente (1955 al 2001) entre los veinte y siete ensayos, catorce testimonios y tres entrevistas de que se compone este libro. Entre los ensayos —algunos, como el de Harss, incluido primero en su conocido Los nuestros (1966), son reportajes o relaciones de conversaciones— se destacan los más largos (es clásica la paradoja del autor hispanoamericano con obra sucinta y crítica extensa), entre ellos los de Ruffinelli, Blanco Aguinaga, Rodríguez Monegal, Felipe Garrido, y Franco, más los de Monsiváis, Moreno-Durán y Glantz (en estos tres casos, como en otros, la visión del crítico está complementada por la del escritor experimentado). Son tan buenos los comentarios e interpretaciones de ellos que la mencionada falta de críticos jóvenes tal vez sea prescindible. Pero es injusto verlo así, porque la selección de La ficción de la memoria también se puede enriquecer más con textos de generaciones anteriores. Por mencionar un ejemplo, el exhaustivo trabajo de Juan Manuel Galaviz, "De Los murmullos a Pedro Páramo" —un análisis de genética textual publicado inicialmente en 1980 sobre el trabajo de corrección y estilo en Rulfo en base a los cambios de esa novela— halla su par perfecto en "Estructura de Pedro Páramo", de Narciso Costa Ros, publicado en la Revista Chilena de Literatura en 1976.
Por supuesto, los especialistas en Rulfo y algunos autores de ensayos, notas o reseñas sueltas sobre el autor mexicano estarán afilando sus lápices y echando llamas para mostrar lo que excluye o le falta al volumen de Campbell. Pero no se trata de eso, y si son honestos se referirían a "Una primera lectura de 'No oyes ladrar los perros", que Ángel Rama publicó en México en 1975, proponiendo (polémica y sagazmente) leer a Rulfo en términos de mitos latinoamericanos en vez de europeos. Aún así, la perspicacia de la antología de Campbell yace en la manera en que se puede establecer conexiones entre los textos incluidos, encontrar ayudamemorias, descifrar enlaces, cotejar coincidencias, descubrir referencias y notar lecturas insólitas o pasajes iluminadores. Por ejemplo, el texto de Galaviz dialoga perfectamente con la acostumbrada genialidad del reportaje de Elena Poniatowska incluido en la sección "Entrevistas" con el título "¡Ay vida, no me mereces! Juan Rulfo, tú pon cara de disimulo". Publicado originalmente en 1980, el de Poniatowska revela con sensatez y creces la discutida relación de Rulfo con las mujeres y su representación en su prosa. Queda la pregunta de si hay lecturas feministas memorables de Rulfo. De la sección "Testimonios" son muy reveladores "Juan Rulfo y las crónicas coloniales", de Elías Trabulse, los de García Márquez y Elizondo, y sobre todo los de Augusto Monterroso y Arreola. Estos dos muestran una humanidad e inclusive un sentido de humor que las lecturas frías o hipercríticas de Rulfo dejan a un lado, y si la intención de Campbell fue omitir estas últimas le debemos estar aún más agradecidos.
Ahora, una ausencia patente en este volumen es la de la crítica estrictamente académica, aunque algunos de los colaboradores y escritores han ejercido como pedagogos, y Campbell ha recurrido a los más representativos. Precisamente, el profesor británico Gerald Martin, mencionado por Campbell en su breve Prólogo, publicó en Toda la obra una excelente historia de la crítica sobre el autor de El llano en llamas. Es en el momento de similares consideraciones cuando otros críticos comenzarán a atizar las llamas peligrosamente. Yo sería el último en defender los excesos de cierta crítica académica reciente, pero hay que reconocer que se encuentra algunas interpretaciones o chispazos pertinentes en ese tipo de crítica. No obstante, Campbell no ha querido apelar a lo tendencioso, ortodoxo y mañoso, sino guiarse por la profundidad y calidad del pensamiento representado. Tito Monterroso, en otro homenaje poco velado a Rulfo, la fábula "El Zorro es más sabio", resume perfectamente la situación de su amigo: "... varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro". Esa condición ha cambiado un poco, y para bien. Campbell se ha mantenido fiel a sus principios de inclusión para producir un tomo total memorable y original, por controvertida que sea alguna parte. Campbell conoce muy bien los dramas de la crítica de Rulfo, banales vistos desde adentro. Pero Campbell les da otro contexto, y ahora parecen surgir de un reino encantado cuyos códigos sólo él entiende
de Federico Campbell
Juan Rulfo ante la crítica
UNAM/Ediciones Era, México D.F., 2003, 552 pp.
por
Wilfrido H. Corral
El 18 de septiembre de 1953, hace casi exactamente cincuenta años de los días en que escribo esta nota, se terminaba de imprimir El llano en llamas, libro de relatos de Juan Rulfo. Desde entonces, la crítica en torno a ese mítico autor y sus no menos míticos y únicos libros (a los dos años publicaría Pedro Páramo) no ha cesado y un resultado positivo es que se puede leer a Rulfo como un autor nuevo, aunque estén los críticos de por medio y no siempre creamos en sus interpretaciones. Federico Campbell ha tenido que dar cuenta de ese aluvión, y no cabe duda de que su juiciosa y enciclopédica La ficción de la memoria. Juan Rulfo ante la crítica se convertirá en la proverbial referencia imprescindible. Dada la continua publicación de números de revistas, cuadernos y compilaciones sobre autores como Rulfo, la pregunta es por qué otra colección. Como muestra la selección de este volumen y el Prólogo de Campbell, el prosista mexicano es uno de los autores fundamentales de la literatura de Occidente, y cualquier intento de reducir sus contextos y. mensajes a una nación o sus culturas es infructuoso. El resultado de esos intentos, frecuentemente mundiales en origen o alcance, ha sido una constante búsqueda, no disimilar a las que encontramos en sus libros, unos de los primeros de la literatura hispanoamericana sin orillas de la segunda mitad del siglo pasado. En un sentido, ante la obra de Rulfo la crítica muestra que no parece tener nuevos adjetivos a mano.
No obstante, y con excelente criterio, Campbell, novelista a título propio, ha compilado lo más selecto en torno a su autor. Pero como con los silencios de Rulfo, hay una trama secreta detrás de las colecciones y homenajes sobre él, que sólo glosaré por razones que explico más adelante. El mismo Campbell, en una nota aparecida en la revista mexicana Proceso (marzo 1984), discute los pormenores que causaron que Rulfo desautorizara Para cuando yo me ausente
(1982), tomo que en su portada indicaba que "Juan Rulfo" era el compilador. Otro florilegio, Homenaje a Juan Rulfo (1989), en principio las actas de un homenaje al autor en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, contiene varias semblanzas importantes pero la selectividad no fue un criterio principal al componer el tomo. Desde el momento en que se publicó y por varios años La narrativa de Juan Rulfo. Interpretaciones críticas (1974), armada por Joseph Sommers, fue la referencia clásica y accesible, hasta que la desplazó Juan Rulfo. Homenaje nacional (1980). Rulfo muere en 1986, y ese año se publica Los murmullos: antología periodística en torno a la muerte de Juan Rulfo, seguida por Juan Rulfo. Un mosaico crítico (1988). Hasta estas fechas y el tomo de Campbell, otro hito importante en las interpretaciones del autor es Toda la obra (1992), edición crítica coordinada por Claude Fell que incluye varios ensayos originales y es parte de la suntuosa y necesaria Colección Archivos. Las colecciones anteriores son el palimpsesto con que ha tenido que bregar Campbell, y sale airoso por también haber escogido sabiamente de todas ellas.
La historia secreta a que me refiero arriba es que, a pesar del gran respeto que Rulfo y su obra siempre merecen y exigen de los críticos, los de las generaciones actuales parecen verlo como uno de esos "viejos señores blancos" (y canónicos) que ya tuvo sus años de fama. Por supuesto, Campbell no es responsable de esa percepción, y no sólo porque la suple al incluir la crítica de autores más jóvenes como Jorge Volpi y Juan Villoro. Se trata, más bien, del momento crítico que lo rodea. Así, cuando muy bien se podría pensar en que algún pasajero intérprete postmoderno, aún con los vestigios de su técnica, haría algo con los admitidamente problemáticos Los cuadernos de Juan Rulfo (1994), con las "Otras letras" (incluidos los textos para cine) recogidas en Toda la obra, o con la ensayística de Rulfo, La ficción de la memoria tiene que recurrir a los ensayos clásicos y paradigmáticos sobre Rulfo. Pero diferente de otras colecciones, en ésta es particularmente enriquecedor encontrar la visión de autores y pares (con las salvedades del caso) de Rulfo, como Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, Salvador Elizondo, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, y Carlos Monsiváis. Tampoco faltan textos de Augusto Monterroso, Rafael Humberto Moreno-Durán, José Emilio Pacheco, Alfonso Reyes, Augusto Roa Bastos, y de Susan Sontag (en verdad su prefacio a la segunda traducción al inglés de Pedro Páramo).
La opinión de los nombrados aparece distribuida cronológicamente (1955 al 2001) entre los veinte y siete ensayos, catorce testimonios y tres entrevistas de que se compone este libro. Entre los ensayos —algunos, como el de Harss, incluido primero en su conocido Los nuestros (1966), son reportajes o relaciones de conversaciones— se destacan los más largos (es clásica la paradoja del autor hispanoamericano con obra sucinta y crítica extensa), entre ellos los de Ruffinelli, Blanco Aguinaga, Rodríguez Monegal, Felipe Garrido, y Franco, más los de Monsiváis, Moreno-Durán y Glantz (en estos tres casos, como en otros, la visión del crítico está complementada por la del escritor experimentado). Son tan buenos los comentarios e interpretaciones de ellos que la mencionada falta de críticos jóvenes tal vez sea prescindible. Pero es injusto verlo así, porque la selección de La ficción de la memoria también se puede enriquecer más con textos de generaciones anteriores. Por mencionar un ejemplo, el exhaustivo trabajo de Juan Manuel Galaviz, "De Los murmullos a Pedro Páramo" —un análisis de genética textual publicado inicialmente en 1980 sobre el trabajo de corrección y estilo en Rulfo en base a los cambios de esa novela— halla su par perfecto en "Estructura de Pedro Páramo", de Narciso Costa Ros, publicado en la Revista Chilena de Literatura en 1976.
Por supuesto, los especialistas en Rulfo y algunos autores de ensayos, notas o reseñas sueltas sobre el autor mexicano estarán afilando sus lápices y echando llamas para mostrar lo que excluye o le falta al volumen de Campbell. Pero no se trata de eso, y si son honestos se referirían a "Una primera lectura de 'No oyes ladrar los perros", que Ángel Rama publicó en México en 1975, proponiendo (polémica y sagazmente) leer a Rulfo en términos de mitos latinoamericanos en vez de europeos. Aún así, la perspicacia de la antología de Campbell yace en la manera en que se puede establecer conexiones entre los textos incluidos, encontrar ayudamemorias, descifrar enlaces, cotejar coincidencias, descubrir referencias y notar lecturas insólitas o pasajes iluminadores. Por ejemplo, el texto de Galaviz dialoga perfectamente con la acostumbrada genialidad del reportaje de Elena Poniatowska incluido en la sección "Entrevistas" con el título "¡Ay vida, no me mereces! Juan Rulfo, tú pon cara de disimulo". Publicado originalmente en 1980, el de Poniatowska revela con sensatez y creces la discutida relación de Rulfo con las mujeres y su representación en su prosa. Queda la pregunta de si hay lecturas feministas memorables de Rulfo. De la sección "Testimonios" son muy reveladores "Juan Rulfo y las crónicas coloniales", de Elías Trabulse, los de García Márquez y Elizondo, y sobre todo los de Augusto Monterroso y Arreola. Estos dos muestran una humanidad e inclusive un sentido de humor que las lecturas frías o hipercríticas de Rulfo dejan a un lado, y si la intención de Campbell fue omitir estas últimas le debemos estar aún más agradecidos.
Ahora, una ausencia patente en este volumen es la de la crítica estrictamente académica, aunque algunos de los colaboradores y escritores han ejercido como pedagogos, y Campbell ha recurrido a los más representativos. Precisamente, el profesor británico Gerald Martin, mencionado por Campbell en su breve Prólogo, publicó en Toda la obra una excelente historia de la crítica sobre el autor de El llano en llamas. Es en el momento de similares consideraciones cuando otros críticos comenzarán a atizar las llamas peligrosamente. Yo sería el último en defender los excesos de cierta crítica académica reciente, pero hay que reconocer que se encuentra algunas interpretaciones o chispazos pertinentes en ese tipo de crítica. No obstante, Campbell no ha querido apelar a lo tendencioso, ortodoxo y mañoso, sino guiarse por la profundidad y calidad del pensamiento representado. Tito Monterroso, en otro homenaje poco velado a Rulfo, la fábula "El Zorro es más sabio", resume perfectamente la situación de su amigo: "... varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro". Esa condición ha cambiado un poco, y para bien. Campbell se ha mantenido fiel a sus principios de inclusión para producir un tomo total memorable y original, por controvertida que sea alguna parte. Campbell conoce muy bien los dramas de la crítica de Rulfo, banales vistos desde adentro. Pero Campbell les da otro contexto, y ahora parecen surgir de un reino encantado cuyos códigos sólo él entiende
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