Friday, February 10, 2006

Memoria y progenitor

El movimiento perpetuo de la memoria supone una reconstrucción imaginativa del asunto recordado. Por eso para Marcel Proust sólo de los recuerdos involuntarios puede extraer el artista la materia prima de su obra: son los únicos que poseen una impronta de autenticidad y, además, nos devuelven las cosas con una exacta dosificación de memoria y olvido.
Según la novelista Toni Morrison, la memoria enciende un proceso de invención narrativa, sobre todo cuando al escribir no puede confiar en la sociología o la literatura de otros autores que le insinúen la verdad de sus propias fuentes culturales.
Para Eudora Welty, en cambio, “la memoria es algo vivo, algo que está en tránsito. Y mientras dura su instante, todo lo que se recuerda se junta y vive: lo viejo y lo nuevo, el pasado y el presente, los vivos y los muertos”.
Sólo de manera muy tenue y no deliberada pueden discernirse los lazos entre la memoria y el fantasma del padre, que es un motivo de señalamiento constante, un cable a tierra, a veces un centro de irradiación obsesivo en la obra de Franz Kafka y Juan Rulfo.
“Vino a su memoria la muerte de su padre”, dice el ubicuo narrador en Pedro Páramo:
“Nunca quiso revivir ese recuerdo porque le traía otros, como si rompiera un costal repleto y luego quisiera contener el grano. La muerte de su padre que arrastró otras muertes y en cada una de ellas estaba siempre la imagen de la cara despedazada; roto un ojo, mirando vengativo el otro.”
El cuentista Raymond Carver, nacido en Clatskanie, Oregon, en 1938, nunca se asumió como un intelectual sino simplemente como una contador de historias, como un escritor de ficción poco preocupado por las elaboraciones teóricas. Sin embargo, si se lo preguntaban, dejaba ver casi sin quererlo la importancia que tuvo su padre en su decisión de ser escritor. Porque de su padre, gran lector de Zane Gray, escuchaba siempre, de niño, involuntarias historias de vaqueros, es decir, relatos sin intenciones literarias pero embelesedores.
Autor de ¿Quieres hacer el favor de callarte por favor? y De qué hablamos cuando hablamos de amor, Carver no podía traer a la memoria conversaciones enteras, y por eso tenía que inventar las conversaciones de sus cuentos.
Cuenta por ejemplo que antes de escribir su poema “Posser” despertó una mañana pensado en su padre. “Había muerto dos años atrás, pero esa noche se había aparecido en los márgenes de un sueño que tuve. Traté de atrapar algo del sueño, pero no pude. Pero esa mañana empecé a pensar en él y a recordar algunas cacerías en las que anduvimos juntos. Luego de manera muy clara recordé los campos de trigo sobre lo que habíamos cazado, y me acordé del pueblo de Posser y de cómo las luces aparecían de noche ante nosotros, tal y como aparecen en el poema.”
Sea como haya sido, lo cierto es que el retrato más explícito que escribió fue “La vida de mi padre”. Podría ser de pura fantasía literaria, pero asimismo autoficción pura. El cuento es de una simpleza aterradora en su confección. Lo que más llama la atención es su poder evocativo, su naturalidad —espontánea o trabajada— para hacer presentes a personajes absolutamente desprovistos de alguna importancia social, como recomendaba Chejov. Seres comunes y corrientes. Simples y complejos seres humanos. Nada heroicos.
En “La vida de mi padre” consigue, a partir de un lenguaje común y corriente, casi trivial, crear una gran tensión, de un poder inmenso, casi perturbadora, “un escalofrío en la espina dorsal del lector”.
Pinta a su padre. Lo ubica en el pasado y lo ve con sus ojos de niño, con sus ojos de adulto, con sus ojos de huérfano. Porque más que la vida de su padre lo que tiene lugar, como momento cumbre, es la muerte de su padre.
“Estaba borracho y sentíamos que la casa se estremecía cuando sacudía la puerta. Cuando logró forzar una ventana, mi madre lo golpeó en la frente con un colador y lo noqueó.”
Perdía un trabajo tras otro. Por fin se colocó en un aserradero, en Clatskanie, Oregon. Todo depende de un hilo, decía en una carta escrita a lápiz. Estaba enfermo, se había cortado con una sierra, tal vez una pizca de acero le había quedado en la sangre, bebía un “whisky rudo”.
“Creo que por un momento no quise reconocerlo. Estaba flaco y pálido y parecía aturdido. Los pantalones se le caían. No parecía mi papá.” Pero lo más curioso es que cuando pierde una fotografía, cuando carece de todo punto de referencia material, se desata el trabajo de la memoria. “Fue entonces cuando traté de recordarla e intenté al mismo tiempo decir algo sobre mi papá, y por qué pensaba que en ciertos aspectos importantes nos parecíamos.”
Carver escribió el poema que va en el cuento cuando él también estaba teniendo problemas con el alcohol. Lo fechó literariamente en octubre y no en junio, cuando murió su padre.. Literariamente junio “no era el mes en que moría el padre de uno”. Octubre en cambio, el mes inventado, era un mes “de días cortos y de luz declinante, humo en el aire, cosas que perecen”.
Pensó que recordaría todo lo que se dijo en el funeral y que podría contarlo alguna vez. “Pero no. Lo olvidé todo, o casi todo. Lo que recuerdo es que esa tarde nuestros nombres se escucharon mucho, el nombre de papá y el mío.” Raymond. Raymond. Raymond Carver.

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