Friday, February 10, 2006

La loca de la casa

Para escribir mis cuentos yo elijo
que sucedan en una época un poco lejana
y en un lugar un poco lejano.
Eso me da libertad para fantasear
e incluso falsificar. Puedo mentir
sin que nadie se dé cuenta y, sobre todo,
sin que yo mismo me dé cuenta.

—Jorge Luis Borges


Casi siempre se ha asociado la fantasía con la dispersión y la tendencia a papar moscas, es decir, a perder el tiempo. Sin embargo, la fantasía es la madre de todos los inventos, tanto en la investigación científica como en la creación literaria e incluso en la política. Gracias a la fantasía se pone en funcionamiento la memoria creativa y también la versión que nos vamos construyendo respecto a nosotros mismos porque toda autobiografía, en última instancia, es una ficción.
Luigi Pirandello, el dramaturgo siciliano, confesaba que desde muy joven estaba al servicio de su arte una doncella esbeltísima que se llamaba Fantasía. Tenía que abandonarse a ella, sin ningún miedo, pues la fantasía, un poco despechada y burlona, se divertía trayéndole a su casa a la gente más descontenta del mundo para que él sacara cuentos, novelas y comedias. Una vez la inquieta doncella tuvo a bien traerle a casa toda una familia y Pirandello no se la quitó de encima hasta no escribir Seis personajes busca de autor. Y la verdad es que todos somos personajes en busca de un autor que nos diga quiénes somos. ¿Quién soy yo, cómo me ven los otros, cómo soy para los demás y para mí mismo? ¿Quién soy yo como criatura que flota ignorante e inerme en el universo?
Cuando el cerebro sin memoria se diagnostica como mal de Alzheimer el enfermo entra en una de las fases terminales más crueles y humillantes de la existencia: primero muere la persona y luego —a veces mucho tiempo después— el cuerpo. Con la pérdida de la memoria pierde también su capacidad de fabulación, es decir, la fantasía que lo iba llevando vivo a lo largo del camino. Porque la memoria, dice José Antonio Marina, “no es un lastre que debemos soltar para ir más ligeros, sino el combustible que nos permite volar”. La memoria inteligente es un sistema dinámico. “No es un almacén, ni un cementerio, ni un destino, sino una riquísima fuente de operaciones y ocurrencias.”
Por eso siempre que se hable de la memoria habrá que hablar de sus pares o de sus sinónimos: de la imaginación y la fantasía, de la verdad y la mentira, de la invención y la identidad personal. Para acabar pronto: no podríamos vivir ni pensar sin memoria. La necesitamos para tomarnos un vaso de agua, para llevarnos la cuchara a la boca, para reconocer a un amigo en la calle, para utilizar las palabras al escribir un artículo sobre la memoria. “Un organismo sin memoria no podría ni siquiera percibir: vemos, interpretamos y comprendemos desde la memoria”, añade José Antonio Marina, el filósofo español.
La fantasía abona de igual manera el sistema de creencias, la religión y las ideologías que necesitamos para no volvernos locos en este mundo de locos. Y las creencias no se discuten porque están llenas de afectos y emociones que no siempre tienen que ver con la racionalidad. Tienen que ver más con el corazón que con la razón. Quítele usted su fantasía política a Fidel Castro y el Comandante se queda si identidad personal. Aléguele al ampáyer. No ganará nada. Cuando uno decide creer en algo no hay nada que se lo pueda quitar de la cabeza.
Estos lugares comunes sobre los equívocos y las invenciones de la memoria, es decir: de la fantasía, han sido muy bien reelaborados en La loca de la casa, el más reciente libro —autobiografía, ensayo, ficción— que acaba de publicar Rosa Montero en la editorial Alfaguara. La escritora española dice que se trata de un recorrido por los entresijos de la fantasía, la creación artística y los recuerdos más secretos, según palabras de la periodista Aurora Intxausti.
Habla del enamoramiento, la locura socialmente aceptable. Gracias a la fantasía, que actúa también para la reproducción de la especie, uno le inventa a la persona amada cualidades que no necesariamente tiene para los demás, más objetivos. Aunque parezca una paradoja, enamorarse es como caer en una locura sana que con el tiempo, desventuradamente, habrá de desvanecerse.
Manipulamos la memoria o la memoria nos manipula. ¿Con qué objeto? Para ser menos infelices, tal vez. “Completamos los recuerdos para entender mejor la vida y en ocasiones para soportarla. Realmente, gracias a esa capacidad de imaginación la soportamos y hacemos una construcción de ella más o menos coherente. No podríamos vivir sin esa posibilidad de fantasía”, dice Rosa Montero.
“Nuestra identidad, que se basa en nuestra biografía, es un producto de ficción que nos hemos hecho de nosotros mismos.”
El amor pasión, no menos que el poder pasión, es una de las invenciones más fantasiosas —y a veces falsas— de los seres humanos. “Nos permitimos la locura a través de la pasión, que es una manera segura de sacar la locura.”
El poder pasión triunfa y se reproduce en el reino de la fantasía. ¿Cuánta fantasía hay en la lectura geopolítica de los asesores de Bush, en la interpretación de los factores que indujeron a la guerra de Vietnam o a la búsqueda de terroristas y armas de “destrucción masiva” en Irak? ¿Cuánta fantasía hay en la creencia de sentirse Presidente cuando, como en el caso de Salinas, nadie lo eligió? El poder, entonces, adquiere una dimensión fantástica. Tanta como la de la literatura.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home