La cuerda de la memoria
Pero entonces la memoria
descendería del cielo como
una cuerda para salvarme
del abismo de no ser.
—Marcel Proust
Me dice Valerie Mejer —conferencista sobre los problemas de la traducción literaria en muchas universidades del extranjero— que el inglés procede por imágenes, que es mucho más plástico que el español y otros idiomas propensos a lo abstracto y a lo conceptual. En el inglés el oyente tiene que ver con los ojos del alma lo que la palabra está intentando decirle.
Un incidente libresco me permitió constatar esta certera observación cuando en Chula Vista, California, en la librería de Edgardo Moctezuma, en el curso de la presentación de una novela, me valí de unas líneas de Marcel Proust para dar a entender algo que todo el mundo sabe y que es ya un lugar común: el hecho de que la memoria nos constituye, el hecho de que la memoria es la persona, el hecho de que la memoria es ni más ni menos nuestra identidad personal. Soy en la medida en que me recuerdo y reconstruyo o cuento mi historia personal. De eso trata la última novela de Umberto Eco: La misteriosa llama de la reina Loana.
Como nos encontrábamos en una librería de libros en español me pareció de lo más natural dirigirme al público en español. El hecho de que me pusieran un podio me dio una seguridad excepcional en mí mismo, tal vez porque el podio me cubría de la cintura para abajo o porque, hablando de pie, me sentía un poco por encima de los demás. Nunca me había sentido tan seguro ni tan de buen humor. Y así seguí leyendo una novela de no disimulado corte autobiográfico, a pesar de que yo insistiera en que se trataba de pura invención literaria. Sin embargo, por el tono me delaté y me di cuenta de que mis interlocutores percibían que el asunto del libro me importaba de manera muy personal.
De pronto una de mis hermanas levantó la mano y me dijo que no todas las personas allí presentes hablaban español, que sería bueno que intentara hacer un resumen de lo ya dicho, en inglés. Y entonces se me ocurrió abrir un pequeño libro que había comprado esa mañana en la librería de la Universidad de California en La Jolla, en el departamento de neurobiología: The literary mind, de Mark Turner. Es un ensayo que se traduciría como “La mente literaria” en el que el autor trata de demostrar que en el lenguaje considerado como un instinto hay una inclinación natural a hablar en parábolas. Algo así como que siempre que hablamos estamos contando una historia. Desde siempre, Desde que el homo sapiens aprendió a articular palabras.
En mi no muy buen inglés les contaba a mis interlocutores que un párrafo de Marcel Proust, traducido por C. K. Scott-Mocrieff y Terence Kilmartin, explicaba más o menos bien el sentido de mi novela. Y se los leí, citado en el libro de Mark Turner:
…but then the memory —not yet of the place in which I was, but of various other places where I had lived and might now very possibly be— would come like a rope let down from heaven to draw me up out of the abyss of not-being…
—Sí —les dije— de pronto, en cierto momento de mi vida, le memoria me cayó del cielo como una cuerda de la que me colgué para salvarme del abismo de no ser.
Salió muy bien la tertulia. Nos tomamos unos vasos de vino y tutti contenti.
Ya de regreso en la Gran Tenochtitlán la ociocidad me llevó a revisar En busca del tiempo perdido, la novela de Proust, en francés y en español.
Localicé el párrafo, que está muy pronto, como en la quinta página. Y la cuerda no aparecía por ningún lado. ¿Cuál cuerda?
En francés pude leer:
…mais alors le souvenir —non encore du lieu où j’étais, mais de quelques-uns de ceux que j’avais habités et où j’aurais pu être— venait à moi comme un secours d’en haut pour me tirer de néant…
Ninguna cuerda: allí se habla de socorro.
Luego cotejé la más célebre de las traducciones, la del poeta Pedro Salinas:
“…pero entonces el recuerdo —y todavía no era el recuerdo del lugar en que me hallaba, sino el de otros sitios en donde yo había vivido y en donde podría estar— descendía hasta mí como un socorro llegado de lo alto para sacarme de la nada…”
Para rizar el rizo busqué y encontré otra traducción al español, la de Mauro Armiño:
“…pero entonces el recuerdo —aún no del lugar en que me hallaba, sino de algunos sitios donde había vivido y donde habría podido estar— venía como una ayuda a mí desde lo alto para sacarme de la nada…”
De socorro se pasó a ayuda y la cuerda no apareció por ningún lado.
¿Qué fue lo que sucedió?
Lo que sucedió fue que al traductor del francés al inglés se le antojó poner cuerda en lugar de ayuda o socorro porque así se lo pidió el sistema del idioma inglés, que procede por imágenes. Cuerda es mucho más concreto y tangible que ayuda o socorro. La cuerda se puede ver. Lo otro hubiera sido una insuficiencia; la idea de Proust no hubiera pasado al inglés.
Pero luego sucede que también al español nos caen traducciones no del original francés sino del inglés traducido del francés.
En su Curso de literatura europea, Vladimir Nabokov dedica un capítulo a Proust. Cita el mismo párrafo que comentamos, pero el traductor Francisco Torres Oliver no se molestó en acudir al original en francés y nos lo vertió al español directamente del inglés:
“…pero luego me venía el recuerdo… el cual descendía a mí como una cuerda para sacarme del abismo de la nada…”
Ya en ese tren, yo hubiera puesto:
“…para sacarme del abismo de no ser…”
descendería del cielo como
una cuerda para salvarme
del abismo de no ser.
—Marcel Proust
Me dice Valerie Mejer —conferencista sobre los problemas de la traducción literaria en muchas universidades del extranjero— que el inglés procede por imágenes, que es mucho más plástico que el español y otros idiomas propensos a lo abstracto y a lo conceptual. En el inglés el oyente tiene que ver con los ojos del alma lo que la palabra está intentando decirle.
Un incidente libresco me permitió constatar esta certera observación cuando en Chula Vista, California, en la librería de Edgardo Moctezuma, en el curso de la presentación de una novela, me valí de unas líneas de Marcel Proust para dar a entender algo que todo el mundo sabe y que es ya un lugar común: el hecho de que la memoria nos constituye, el hecho de que la memoria es la persona, el hecho de que la memoria es ni más ni menos nuestra identidad personal. Soy en la medida en que me recuerdo y reconstruyo o cuento mi historia personal. De eso trata la última novela de Umberto Eco: La misteriosa llama de la reina Loana.
Como nos encontrábamos en una librería de libros en español me pareció de lo más natural dirigirme al público en español. El hecho de que me pusieran un podio me dio una seguridad excepcional en mí mismo, tal vez porque el podio me cubría de la cintura para abajo o porque, hablando de pie, me sentía un poco por encima de los demás. Nunca me había sentido tan seguro ni tan de buen humor. Y así seguí leyendo una novela de no disimulado corte autobiográfico, a pesar de que yo insistiera en que se trataba de pura invención literaria. Sin embargo, por el tono me delaté y me di cuenta de que mis interlocutores percibían que el asunto del libro me importaba de manera muy personal.
De pronto una de mis hermanas levantó la mano y me dijo que no todas las personas allí presentes hablaban español, que sería bueno que intentara hacer un resumen de lo ya dicho, en inglés. Y entonces se me ocurrió abrir un pequeño libro que había comprado esa mañana en la librería de la Universidad de California en La Jolla, en el departamento de neurobiología: The literary mind, de Mark Turner. Es un ensayo que se traduciría como “La mente literaria” en el que el autor trata de demostrar que en el lenguaje considerado como un instinto hay una inclinación natural a hablar en parábolas. Algo así como que siempre que hablamos estamos contando una historia. Desde siempre, Desde que el homo sapiens aprendió a articular palabras.
En mi no muy buen inglés les contaba a mis interlocutores que un párrafo de Marcel Proust, traducido por C. K. Scott-Mocrieff y Terence Kilmartin, explicaba más o menos bien el sentido de mi novela. Y se los leí, citado en el libro de Mark Turner:
…but then the memory —not yet of the place in which I was, but of various other places where I had lived and might now very possibly be— would come like a rope let down from heaven to draw me up out of the abyss of not-being…
—Sí —les dije— de pronto, en cierto momento de mi vida, le memoria me cayó del cielo como una cuerda de la que me colgué para salvarme del abismo de no ser.
Salió muy bien la tertulia. Nos tomamos unos vasos de vino y tutti contenti.
Ya de regreso en la Gran Tenochtitlán la ociocidad me llevó a revisar En busca del tiempo perdido, la novela de Proust, en francés y en español.
Localicé el párrafo, que está muy pronto, como en la quinta página. Y la cuerda no aparecía por ningún lado. ¿Cuál cuerda?
En francés pude leer:
…mais alors le souvenir —non encore du lieu où j’étais, mais de quelques-uns de ceux que j’avais habités et où j’aurais pu être— venait à moi comme un secours d’en haut pour me tirer de néant…
Ninguna cuerda: allí se habla de socorro.
Luego cotejé la más célebre de las traducciones, la del poeta Pedro Salinas:
“…pero entonces el recuerdo —y todavía no era el recuerdo del lugar en que me hallaba, sino el de otros sitios en donde yo había vivido y en donde podría estar— descendía hasta mí como un socorro llegado de lo alto para sacarme de la nada…”
Para rizar el rizo busqué y encontré otra traducción al español, la de Mauro Armiño:
“…pero entonces el recuerdo —aún no del lugar en que me hallaba, sino de algunos sitios donde había vivido y donde habría podido estar— venía como una ayuda a mí desde lo alto para sacarme de la nada…”
De socorro se pasó a ayuda y la cuerda no apareció por ningún lado.
¿Qué fue lo que sucedió?
Lo que sucedió fue que al traductor del francés al inglés se le antojó poner cuerda en lugar de ayuda o socorro porque así se lo pidió el sistema del idioma inglés, que procede por imágenes. Cuerda es mucho más concreto y tangible que ayuda o socorro. La cuerda se puede ver. Lo otro hubiera sido una insuficiencia; la idea de Proust no hubiera pasado al inglés.
Pero luego sucede que también al español nos caen traducciones no del original francés sino del inglés traducido del francés.
En su Curso de literatura europea, Vladimir Nabokov dedica un capítulo a Proust. Cita el mismo párrafo que comentamos, pero el traductor Francisco Torres Oliver no se molestó en acudir al original en francés y nos lo vertió al español directamente del inglés:
“…pero luego me venía el recuerdo… el cual descendía a mí como una cuerda para sacarme del abismo de la nada…”
Ya en ese tren, yo hubiera puesto:
“…para sacarme del abismo de no ser…”
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