Friday, February 10, 2006

De memoria

Parece como si existiera una
memoria involuntaria de los
miembros, pálida y estéril
imitación de la otra, y que vive
por más tiempo, como ciertos
animales ininteligentes viven
más tiempo que el hombre. Las
piernas, los brazos, están llenos
de recuerdos entumecidos.

—Marcel Proust, El tiempo recobrado




De memoria es el título de un profesor de retórica, Lambert Schenkel, escrito en 1593, y ciertamente se refiere a la nemotecnia o al conjunto de técnicas para recordar, al arte de “aprender de memoria”, pero también quiere decir simplemente “sobre la memoria”. En ese tiempo, en el siglo XIV, a pesar de que ya existían libros y se reproducían gracias a la invención de la imprenta, seguía habiendo una preocupación por los ejercicios de la memoria para organizar un discurso o dar una conferencia. Curiosamente “aprender de memoria” se dice en inglés y en francés algo así como “aprender de corazón”, como si ya se entreviera en el origen de estas lenguas la relación entre la memoria y la emoción: entre memoria y corazón.
Cuando se habla, pues, del funcionamiento de la memoria no se está hablando de memorizar, de meterse y grabarse la información en la memoria, sino del proceso que consiste en recordar, voluntaria o involuntariamente.
Vienen al cuento estas ideas porque precisamente son las que están elaborando los neurofisólogos que estudian la enfermedad del Alzheimer. Al perderse la memoria también se va desvaneciendo lo que muchos actores reconocen como la “memoria emotiva”. La experiencia emocional y la memoria a secas van juntas. Por eso el enfermo de la memoria o del olvido empieza a dejar de ser él mismo: se va desdibujando su identidad personal. Primero se muere la persona y luego el cuerpo. Sobrevive con un cerebro sin memoria.
Eric Kandel, el neurólogo de Nueva York, se empeña ahora en preservar de la pérdida de la memoria a las personas entradas en edad. Dice que a partir de los 25 años se manifiestan los primeros síntomas de pérdida de memoria. Hacia los 50 años, el cerebro empieza a encogerse. Cada año su volumen disminuye en un 1 por ciento. Optimista, a sus 72 años el doctor Kandel cree que “dentro de cinco años existirá una pastilla para la memoria”. Algunos laboratorios farmacéuticos, por otro lado, se proponer optimizar las sustancias preparadas contra el Alzheimer de manera que puedan administrarse a mitad de los 50 años como medida preventiva.
Lo que se plantean los neurólogos es si hay un origen genético en la memoria y su negación, el olvido. Algún tipo de transmisión de memoria ha de haber en el hilo de la vida que no se corta desde que el animal humano hizo su aparición en la Tierra, puesto que al morir los padres dejan el paquete genético en sus descendientes que habrán de retransmitirlos. Como el corredor de relevos que le pasa la estafeta a quien lo sustituye. Por eso no hay solución de continuidad (es decir: interrupción) desde los tiempos más ancestrales. Por eso algunas personas creen en la reencarnación, en un continuum de la memoria, la mente y el modo de ser de las personas. Como si con todo tuviera que ver la ética. Como si la epidermis también tuviera su propia memoria, tanto como los músculos y el cuerpo todo. Ya lo decía Proust al hablar de la memoria del cuerpo: “Las piernas, los brazos, están llenos de recuerdos entumecidos.”
Cada uno de los sentidos tiene su memoria, el olfato, el oído. El recuerdo de una experiencia sexual revive en la punta de los dedos, en el tacto, no a través de las palabras. “Un cuerpo recuerda a otro cuerpo que le ha producido placer”, escribe Jan Kott. El conocimiento carnal se da en la esfera de las emociones, no en la de la razón. Más en el corazón que en la cabeza.
Lo que afirma Kandel es que las proteínas responsables de los mecanismos de la memoria se encuentran en gusanos o bacterias de levadura. “Esto demuestra que la evolución no se deshace de ninguna información genética.”
Algunos novelistas y directores de cine han intentado a través de sus obras y el lenguaje del arte entender de qué manera opera la memoria. Hay una película reciente, Memento, en la que un hombre trata de desmemorizar lo que ha hecho, se pinta el cuerpo con palabras y quiere ir deshaciendo sus acciones. Finalmente, dice, “la memoria interpreta, no reproduce las cosas tal cual fueron”.
Entre los narradores sin duda fue Marcel Proust quien mejor vislumbró los ires y venires, los flujos y los reflujos de la memoria, propiciándola a voluntad o dejándola manifestarse de manera involuntaria a través del olfato, el oído, los otros sentidos. Y con ese conocimiento proustiano cuentan la mayor parte de los novelistas contemporáneos, el brasileño Milton Hatoum (Manaos, 1952), autor de Relato de un cierto oriente, y Dois irmaos:
—La memoria y la imaginación son hermanas gemelas. No se puede escribir sobre lo que recordamos con nitidez. La memoria, más que la realidad, es la revelación de un asombro, de un espanto, de algo que se vuelve mítico —le dijo en una entrevista a Javier Rodríguez Marcos (El País, Babelia, 2 de noviembre de 2002).
—¿Para qué? —le preguntó Rodríguez Marcos.
—Para que los acontecimientos y los seres olvidados regresen a través de la imaginación, movida por las palabras. Acordarse de todo es una pesadilla, como ocurre con “Funes el memorioso”, el personaje de Borges. La vida en la ficción comienza cuando los dramas del pasado influyen en el presente con sus inquietudes y tensiones. El lenguaje da espesor al tiempo olvidado y establece un diálogo con el presente.
—¿La memoria convierte en mágico lo real?
—Más que de realismo y magia, yo prefiero hablar de fantasmagorías escritas con una rara poesía. La memoria transforma la realidad empírica en un microcosmos refractario, nebuloso o, por qué no decirlo, fabuloso. Guimaraes Rosa decía que lo bello es oblicuo y que detrás de la oscuridad de las ideas palpita la ingenuidad de los hechos.

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